Ideas clave:
¿Qué es la moda? y ¿Qué es el traje tradicional? ¿Hay diferencias? ¿Por qué no le llamamos moda a las expresiones culturales en el vestido si tienen objetivos similares a lo que nosotros llamamos moda (expresión de identidad, pertenencia, status, etc)? ¿Qué implicaciones tiene estas concepciones en la transformación de la moda a la sostenibilidad?
Son muchas preguntas, lo sé. Algunas de ellas las pude empezar a explorar gracias a un artículo de M. Angela Jansen que hoy quiero resumirles y reflexionar sobre él. M. Angela Jansen es una antropóloga cultural y de moda independiente, y la fundadora del Colectivo de Investigación para la Descolonización de la Moda. Es autora del libro Moroccan Fashion: Design, Tradition and Modernity (Londres: Bloomsbury, 2014) y coeditora, junto con Jennifer Craik, de Modern Fashion Traditions: Negotiating Tradition and Modernity Through Fashion (Londres: Bloomsbury, 2016).
Este artículo explora las características fundamentales de los conceptos de moda y vestimenta tradicional, analizando cómo sus definiciones han sido moldeadas por estructuras de poder colonial y proponiendo una crítica decolonial que permita desmantelar estas jerarquías para valorar una diversidad de formas de vestir en sus propios términos.
La búsqueda del significado del “traje tradicional”
En los inicios de su carrera, Jansen fue a Indonesia para estudiar el atuendo tradicional de los Minangkabau en una aldea de las tierras altas de Sumatra occidental. Su objetivo inicial era el de investigar estas prendas tradicionales a partir de colecciones de museos y catálogos del siglo XX, así como de literatura sobre materialidad y antropología del vestir.
Antes de embarcarse en su investigación, Jansen tenía una perspectiva influenciada por su formación académica eurocéntrica, donde predominaban las divisiones rígidas entre «moda» y «traje tradicional.» Esta visión inicial consideraba la moda como un fenómeno exclusivo de las sociedades capitalistas occidentales, definido por el cambio constante y la innovación, mientras que el traje tradicional era percibido como inmutable y representativo de culturas «estáticas» o «atrasadas.» Estas nociones estaban enraizadas en la literatura y los marcos teóricos que Jansen había absorbido durante su formación, los cuales perpetuaban la supremacía del modelo occidental como norma universal.
Durante su investigación, se dio cuenta de que su perspectiva eurocéntrica y los conceptos estáticos de «traje tradicional» y “moda” la llevaban a interpretar el cambio en las prendas como una pérdida de valor cultural; como una pérdida de autenticidad. Por ello, su investigación concluyó que el pueblo Minangkabau ya no valoraba su traje tradicional porque las prendas que ella asociaba con esa tradición no se usaban.
La mujer que acogía a Jansen en su casa, le advertía que el enfoque de su investigación era erróneo. Con el tiempo, Jansen reconoció que su enfoque estaba sesgado: no era que los Minangkabau hubieran perdido el aprecio por su vestimenta, sino que esta había evolucionado con el tiempo. Ya no era una réplica de lo que se podría llamar “traje típico” sino una adaptación a las necesidades o las interacciones culturales del pueblo Minangkabau con su entorno, historia y evolución. En este momento es cuando Jansen empieza a cuestionar la rigidez de las categorías que separan «moda» de «traje tradicional».
Posteriormente, durante su investigación en Marruecos, Jansen enfrentó de nuevo la influencia del colonialismo en la construcción de la identidad cultural a través de la vestimenta. Reconoció que el «traje tradicional marroquí» había sido definido durante el Protectorado Francés y se había declarado como auténtico e inmutable y, por lo tanto, distinta a la moda (moderna) francesa que se adaptaba a las “tendencias”. Estas categorizaciones coloniales congelaron la identidad cultural marroquí en un pasado idealizado y, con ello, le negaron su capacidad para ser contemporánea y dinámica.
A través de estas experiencias, Jansen pasó de adoptar un marco teórico eurocéntrico a desarrollar una visión crítica y de corte decolonial.
La diferencia entre moda y traje tradicional. ¿Existe?
En el artículo, Jansen reflexiona sobre cómo los conceptos de moda y traje cultural han sido construidos de manera jerárquica, promoviendo la hegemonía de la perspectiva eurocéntrica. Estos dos conceptos no solo han definido cómo se entienden las prácticas de vestir, sino también cómo se valoran culturalmente. La moda, asociada a la modernidad y al progreso, ha sido tradicionalmente conceptualizada como un fenómeno exclusivo del mundo occidental, mientras que el traje cultural ha sido relegado al pasado, definido como inmutable y estático, carente de contemporaneidad. La creación de estos dos conceptos como distintos ha contribuido a justificar jerarquías coloniales que aún persisten.
La moda, desde su concepción occidental, se caracteriza por su constante renovación y dinamismo. Está profundamente ligada al capitalismo, con un sistema de producción y consumo que fomenta la adopción de estilos que “pasan de moda”, que “progresan” y que marcan la modernidad. Además, su narrativa se posiciona como una expresión de lo contemporáneo y lo presente. De esta manera relega a las formas de vestir no occidentales como «no modernas.» Esta distinción, que todos tenemos embuida en nuestras mentes (también las personas que usan esos trajes), ha marginado las prácticas de vestir de otras culturas y las ha desvalorizado por no ser “modernas”.
Por su parte, el traje cultural ha sido conceptualizado como algo inmutable y estancado en el tiempo. Se percibe como un símbolo de continuidad con el pasado, que se ha quedado fijado en una representación estática de una cultura «auténtica”. Además, el traje cultural ha sido instrumentalizado como herramienta de las políticas coloniales para construir identidades colectivas rígidas, que no hacen más que señalar las diferencias con la modernidad occidental y, por lo tanto, lo válido o mejor, lo cual contribuye a consolidar las jerarquías de poder. Lo más extraño es que estos trajes no se han quedado estáticos sino que han experimentado una transformación histórica y se han adaptado a nuevos contextos. Pero esto ha sido o bien ignorado, o bien visto como una pérdida de autenticidad.
Estos conceptos, tal como han sido construidos, reflejan una lógica colonial que jerarquiza las prácticas de vestir y perpetúa la hegemonía de la modernidad occidental a través de algo tan cotidiano y tan esencial como el vestir. Entonces, por un lado, la moda es exaltada como símbolo de progreso y, por el otro, el traje cultural es marginado y reducido a un artefacto del pasado.
La decolonización de la moda
Para romper con estas distinciones perniciosas Jansen propone introducir la perspectiva y discurso decolonial en la moda que se libere de las imposiciones de los conceptos eurocentristas sobre qué es moda y qué no lo es.
Para Jansen, tanto la moda como el traje cultural son construcciones históricas profundamente influenciadas por el colonialismo y que es necesario que se desmantelen estas categorías si se busca realmente una pluralidad de epistemologías y formas de diseñar el cuerpo. Su trabajo ahora busca no solo cuestionar estas divisiones, sino también dar valor a las prácticas culturales que han sido marginadas y borradas por la modernidad-colonialidad.
Según Jansen, la definición de moda debería concebirse como un conjunto de posibilidades múltiples y diversas para diseñar el cuerpo, desligándola de las nociones exclusivas de contemporaneidad, progreso y novedad asociadas con la modernidad occidental. La moda no debe limitarse a ser un fenómeno exclusivo del capitalismo occidental ni a operar dentro de un sistema jerárquico de poder, sino que se reconoce como una práctica universal que existe en todas las culturas y temporalidades, cada una con sus propias dinámicas, significados y estéticas.
En una perspectiva decolonial como la planteada, la moda tendría como base para su definición las ideas de cambio constante y rapidez, sino que se haría referencia a los significados e interconexiones culturales, los procesos históricos y las diversas formas de significar el vestir. Además, no debería haber esta distinción entre lo «moderno» y lo «tradicional,» sino que se celebrarían todas como igualmente válidas y relevantes.
La perspectiva que busca decolonizar la moda reconoce y dignifica las genealogías, epistemologías y sensibilidades de todas las culturas, no como contribuciones secundarias al canon occidental, sino como expresiones autónomas en sus propios términos.
Jansen enfatiza que este enfoque no es una búsqueda de un nuevo canon normativo, sino un acto de escuchar, reconocer y revalorizar aquellas formas de vestir que han sido negadas, borradas o marginadas por el orden moderno-colonial. Esto implica un compromiso ético con la diversidad y una crítica activa a las estructuras coloniales que han marginalizado o borrado prácticas culturales fuera del paradigma occidental. En última instancia, una moda decolonial se configura como una herramienta para la autonomía, la dignidad y la justicia cultural.
Decolonización y sostenibilidad, ¿cómo se relacionan?
Después de leer el artículo podemos preguntarnos: ¿Qué relación existe entre sostenibilidad y decolonialidad en el sector de la moda? ¿Es posible avanzar hacia un modelo verdaderamente sostenible sin cuestionar las jerarquías y desigualdades que la modernidad-colonialidad ha instaurado en esta industria? ¿Qué papel deberían desempeñar los productores textiles en este proceso de transformación?
La sostenibilidad y la decolonialidad están muy interconectadas porque ambos conceptos buscan desmantelar estructuras de poder y prácticas extractivas que han perpetuado la explotación social, ambiental y cultural. Ambas buscan equilibrar las necesidades humanas (tanto materiales como no materiales) con los límites del planeta pero el propio concepto de sostenibilidad es conceptualizado y difundido desde el Norte Global, con un significado, soluciones y unas estrategias de implementación que replican las jerarquías coloniales y neo coloniales. La perspectiva decolonial desafía estas jerarquías impuestas por la modernidad-colonialidad (ya sean provenientes del capitalismo, el socialismo o el “modelo” de desarrollo sostenible) que siguen permitiendo que el poder y el conocimiento se concentre en manos de unos pocos y marginado otras formas de conocimiento y producción. Los europeos o los americanos son los que saben cómo deben desarrollarse los países del Sur, cómo deben producir los proveedores y qué materiales y tecnologías usar. Una perspectiva decolonial en la moda permite revalorizar prácticas locales, regenerativas y culturalmente ricas que han sido invisibilizadas o desvalorizadas, para expandir las posibilidad de que otros modelos de desarrollo, producción y definición de la moda puedan convivir.
Teniendo en cuenta esto, no sería posible avanzar hacia un modelo verdaderamente sostenible sin decolonizar la moda.
Actualmente el sistema moda opera en un sistema global que se basa en la explotación de recursos naturales, comunidades vulnerables y culturas no occidentales. Para que la moda sea verdaderamente sostenible, no basta con reducir su impacto ambiental pero seguir con el modelo capitalista de crecimiento constante sino que se deben cuestionar estos preceptos y desmantelar y redefinir las estructuras de poder que perpetúan la desigualdad. Decolonizar la moda implica redistribuir el poder en las cadenas de valor, valorar las epistemologías y tradiciones locales, y respetar las relaciones entre comunidades, culturas y el entorno natural. No se trata de eliminar una manera de hacer o ser, sino, de nuevo, expandi las posibilidades de diferentes modelos que coexistan. Sin este enfoque, la sostenibilidad solo seguirá siendo un concepto superficial que ignora las raíces profundas de las crisis actuales.
¿Quién tiene que hacer el cambio? Para mí, las marcas deben dejar de decir cómo hacer las cosas y escuchar. En realidad ellas no son las que hacen la mayor parte del trabajo pero sí son las que deciden cómo, dónde y por qué precio se hace.
Para iniciar un proceso de transformación de este calibre, se debe poner el énfasis en los actores de las cadenas (o sistemas) de valor. Estos son los actores esenciales en la transición hacia una moda más sostenible y decolonial. El rol de los proveedores no debe limitarse al de simples proveedores subordinados a las marcas, sino que debe valorarse su contribución como custodios de conocimientos, prácticas y recursos fundamentales para transformar el sector.
Los actores en las cadenas tienen conocimiento y energía para liderar en prácticas sostenibles y regenerativas. Conocen sobre tecnologías y soluciones para el desarrollo de nuevas fibras, el uso de teñidos naturales y la adopción de procesos de manufactura de bajo impacto ambiental, entre muchos otros. Además, están mucho más próximos a poder revitalizar y revalorar conocimientos tradicionales que han demostrado ser más respetuosos con los ecosistemas locales y alineadas con las formas de vivir, sentir y hacer de sus comunidades.
Otro ejemplo de la importancia de la agencia del/la proveedor. ¿Por qué son las marcas en el Norte que deciden cuáles son las prácticas que deben seguirse en los códigos de conducta? Los contextos sociales, culturales y ambientales en cada lugar son extremadamente diferentes pero la industria busca homogeneizar absolutamente todo para asegurar prácticas “correctas”. Los productores deben asegurarse de que sus tradiciones textiles y técnicas no sean apropiadas o descontextualizadas por las marcas, problema constante y recurrente en la industria de la moda. Reconocer las prácticas locales contribuye a preservar su identidad y a proteger el valor inherente de estas prácticas. Un ejemplo de ello son las certificaciones. La mayoría de ellas son extremadamente rígidas al respecto de cómo se debe actuar y pensar para obtenerlas, homogeneizando el sector a nivel global. Este es un ejemplo de colonización clarísimo, como también lo son las leyes europeas relacionadas con el Pacto Verde.
La colaboración entre productores y otros actores del sector, como son las marcas, puede llevarnos a construir modelos (en plural!) no extractivos, regenerativos, inclusivos y libres de imposiciones externas. Adoptar una perspectiva decolonial implica transformar las estructuras de producción, pero también generar narrativas que dignifiquen y celebren las contribuciones de los productores textiles.
Las marcas pueden empezar por aquí: dejar de hablar ofrecer el micrófono a las otras voces del sistema moda para que expresen (en sus propias lenguas) sus necesidades, visiones, ideas y, sobretodo, se tengan en cuenta.